El Sufrimiento: Que Es y Como Transitarlo

Hola, queridos lectores. Soy Ariel Gonzales, terapeuta de integración emocional, y es un honor para mí compartir con ustedes el primer artículo del blog de TRINUS.

Escribí este artículo porque, en mi experiencia como paciente y luego como terapeuta, he identificado la necesidad que tenemos de entender el sufrimiento y de desarrollar herramientas para su correcta gestión, con el objetivo de alcanzar un estado de felicidad plena y verdadera.

El análisis que hago del sufrimiento está enfocado en el estado emocional de las personas, sin apartar los aspectos mentales, sino integrándolos como un complemento de las emociones. He tomado el conocimiento adquirido de la filosofía budista para el desarrollo del artículo, ya que, en mi opinión, explica de manera objetiva lo que es el sufrimiento. El sufrimiento es una experiencia universal y, según la filosofía budista, es un estado existencial condicionado por el karma, las desilusiones y las emociones aflictivas. El budismo identifica tres “venenos” mentales de la existencia no iluminada: apego, aversión e ignorancia. El apego genera sufrimiento debido a nuestra dependencia de personas y cosas; la aversión surge de la resistencia a la impermanencia y el cambio; la ignorancia, que es la falta de sabiduría, nos mantiene en un ciclo de sufrimiento. Para superar el sufrimiento, es necesario trabajar estos estados mentales y desarrollar sabiduría y virtudes como resiliencia, amor y compasión. La liberación del deseo y el apego, junto con la práctica de la meditación y un corazón valiente, nos conduce a una paz y felicidad duraderas y al cese del sufrimiento.

Iniciaremos respondiendo a una pregunta clave:

¿Qué es el sufrimiento?

El sufrimiento es una experiencia común que todos, en algún momento de nuestras vidas, atravesamos. Generalmente, cuando sufrimos, sentimos que las cosas son demasiado difíciles y surge la sensación de que nunca llegaremos a superar el dolor. Aparecen emociones de abandono, impotencia, desesperanza y otras más que podríamos nombrar y llenar muchas páginas de texto, que ahora no es el objetivo. Debido a esto, muchas veces suplicamos que alguien más nos ayude porque sentimos que no podemos hacer nada al respecto y creemos que tal vez alguien pueda hacerlo por nosotros.

Para la filosofía budista, el sufrimiento es la base de toda experiencia dolorosa y se refiere a nuestro estado existencial condicionado por el karma (causalidad), las desilusiones y las emociones aflictivas. En el libro de Las Cuatro Nobles Verdades, su Santidad el XIV Dalai Lama nos indica que “La felicidad es la meta que todos aspiramos alcanzar y, por supuesto, tenemos pleno derecho de satisfacer dicha aspiración. De igual modo, el sufrimiento es un estado que todos deseamos evitar, y también tenemos pleno derecho de superarlo” (1). Entonces, surgen las preguntas: ¿Cómo puedo conseguirlo? ¿Cómo puedo evitar el sufrimiento? ¿Cómo puedo alcanzar la felicidad? Las respuestas a estas preguntas vienen dadas por la ley de causalidad, esto quiere decir que el sufrimiento, al igual que la felicidad, surge de sus propias y particulares causas y condiciones.

Hagamos un juego de lógica con esto: el sufrimiento termina cuando las causas y condiciones que lo originan desaparecen, en consecuencia, la felicidad surge. Entonces podemos afirmar que la causa de la felicidad es la cesación del sufrimiento. Todo esto suena bastante lógico y sencillo, ¿no es así? Pero muy pocas cosas en la vida son sencillas cuando no estamos conscientes de lo que realmente implican. Por lo tanto, debemos evaluar las causas que originan el sufrimiento, para así trabajar en ellas y alcanzar su cesación y, como meta final, la verdadera felicidad.

El budismo indica que existen tres venenos o estados mentales aflictivos de los cuales deriva gran parte de nuestro sufrimiento como seres humanos. Estos son el apego, la aversión y la ignorancia. El apego, además de ser un veneno de la existencia, es considerado también un elemento causal del sufrimiento, como lo explicaremos más adelante. Necesitamos conocer más profundamente estos tres estados mentales aflictivos; por lo tanto, describiré qué son cada uno de ellos y cómo podemos trabajarlos en nuestra búsqueda de la cesación del sufrimiento.

El Apego (Aferramiento)

El apego se produce porque nos sentimos incompletos. Buscamos objetos, personas, relaciones, lugares y pasatiempos para satisfacer las necesidades internas que tenemos. Nos aferramos a ellas porque hemos creado una dependencia que puede ser física, mental o emocional. Cuando percibimos que por alguna razón podemos no tener esas cosas o que pueden acabar, surge el miedo a la pérdida y, como consecuencia directa, el sufrimiento.

El budismo sostiene que, mientras estemos inmersos en las experiencias que normalmente calificaríamos de placenteras o agradables, estas al final solo nos causarán sufrimiento. ¿Por qué el budismo sostiene que las experiencias aparentemente placenteras son estados de sufrimiento? Esto se puede explicar por el gozo que sentimos cuando tenemos experiencias placenteras que, frente a las experiencias dolorosas, son más gratificantes. Sin embargo, el placer experimentado es relativo y está limitado por el tiempo. Cuando terminan, también termina el estado de gozo. Sentimos el vacío de la ausencia del placer, comenzamos a sufrir porque los seres humanos confundimos el placer con la felicidad verdadera. Procuramos repetir las mismas experiencias buscando manifestar nuevamente el estado de “felicidad”, pero en cada nueva repetición el gozo es menor. Entonces, entramos en el círculo vicioso de repetir experiencias buscando estados de placer que cada vez son menores en duración y nos apegamos a la idea de que solo por estas experiencias conseguiremos la felicidad, cuando en realidad la verdadera felicidad se encuentra en dejar ir estos apegos. Mientras más consciencia y energía impregnemos en las cosas externas, nuestro ego las considerará como una extensión de nuestro ser, reforzando el apego a estas cosas.

Para trabajar el apego, tenemos que ver cuál es el propósito al que sirve la persona o el objeto externo presente en nuestras vidas. ¿Qué necesidad emocional satisface? ¿Qué emociones surgirían si lo perdiéramos? El trabajo para dejar ir el apego consiste en prepararse para la pérdida y gestionar los miedos asociados a ella. Esto se logra identificando y desarmando las emociones aflictivas que surgirían si perdiéramos a las personas u objetos a los que estamos apegados.

Liberarse del apego requiere trabajar el problema interno que queremos compensar con las cosas externas. Contemplarlo fijamente de manera compasiva y llenar ese vacío con emociones positivas como el amor, la confianza y la fe. Amar lo que no se me da bien de igual manera que lo que sí se me da bien, sin negar ningún aspecto de mi ser, abrazando mi totalidad, mis virtudes y mis defectos, lleno de fe en que podré desapegarme de todo a lo que estoy aferrado.

Romper con el apego es también respetar mi propia libertad y la libertad de los demás. No debemos tratar de poseernos los unos a los otros. Dejar ir el apego no quiere decir que dejemos ir el amor por las personas que están en nuestras vidas. Dejar ir el apego es vivir este amor de manera consciente y saludable, entendiendo que no condiciona mi amor propio, mi existencia individual, sino que me potencia a vivir estados de felicidad en total libertad, entendiendo la temporalidad de todo lo que experimento y aceptando que en algún momento acabará. No debemos volvernos tan identificados o apegados a las personas, pensamientos, sentimientos, carreras, metas u objetos materiales que nos hagan perder la visión de la realidad de la naturaleza cambiante de las cosas.

La Aversión (Rechazo)

La aversión o rechazo surge cuando estamos frente a situaciones que no son agradables para nosotros, que nos generan angustia, ansiedad y estrés. Las principales situaciones que describe el budismo frente a las cuales mostramos de manera evidente este aspecto son: el dolor del nacimiento, el de la enfermedad, el del envejecimiento y el de la muerte. A primera vista, llama la atención el dolor del nacimiento, lo cual tendrá sentido una vez expliquemos los otros tres aspectos. Como consecuencia del nacimiento, surge el envejecimiento, lo cual significa el deterioro del cuerpo con el paso del tiempo. En este transcurrir del envejecimiento se manifiestan las enfermedades que deterioran aún más el cuerpo. Entonces, tanto el envejecimiento como las enfermedades concluyen en la muerte. El ser humano tiene aversión al paso del tiempo, ya que conlleva envejecer, enfermar y morir. Entonces rechaza estos aspectos de la vida y cuando acontecen surge el sufrimiento. Todo esto se origina con el nacimiento. El budismo sostiene que mientras nos hallemos sometidos al proceso de renacimiento (samsara (2)), las demás formas de sufrimiento serán su consecuencia natural.

Muchas veces, el sufrimiento a causa de la aversión o rechazo se manifiesta como ira, esa sensación de rabia proyectada sobre el mundo, sobre la sociedad, los individuos e inclusive sobre Dios. La ira es la consecuencia de negarnos a aceptar que, en esta vida, todas las relaciones y posesiones son transitorias y que en algún momento tendremos que abandonar hasta el cuerpo físico que es nuestro mayor apego. Todo aquello que es importante, que nos genera confort y bienestar se perderá en algún momento, lo cual nos llena de angustia y ansiedad, rechazamos la misma naturaleza de la existencia creada por Dios que es la impermanencia de todo, en consecuencia, también rechazamos a Dios.

En este punto es bueno aclarar que, cuando hablo de Dios, no me refiero al Dios cristiano, judío, musulmán o de cualquier corriente religiosa teísta, sino a un ser superior que ha sido el creador de todo lo que existe, si para su mejor comprensión lo relacionan con el Dios de la religión que profesan, también es válido.

Para trabajar la aversión y la ira, debemos ser conscientes de la impermanencia. Esto nos hace enfrentarnos a la realidad de las cosas. Nada de lo que nos rodea permanecerá por siempre. Todo está en constante cambio. La transitoriedad es la naturaleza de la vida. Nuestras relaciones y experiencias están condicionadas por la temporalidad. La comprensión profunda de la impermanencia nos hace liberarnos de la aversión, entendiendo que hay algo que está más allá de todo lo que cambia: la verdadera naturaleza de la realidad que habita en nosotros, nuestra esencia. Nuestra mente intenta desarrollar métodos para evitar la pérdida, podemos mencionar como ejemplo el ser más bueno, más trabajador, más honesto, más perseverante; todos los ejemplos citados están condicionados por el miedo a la pérdida, y buscan que no suceda el cambio, la evolución, la transformación. El problema de todas estas acciones es que están viciadas, carecen de consciencia y de amor, de virtudes, de ética, porque responden únicamente a nuestro egoísmo.

Debemos romper estos mecanismos de manipulación de la mente. Para esto, los estados meditativos nos ayudan a aceptar la naturaleza cambiante de todo y a comprender la esencia de nuestro ser. No nos negamos a las experiencias de dolor o placer, simplemente las observamos sin dejar que nos dominen. Vemos cómo aparecen, permanecen y luego se desvanecen, como el humo en el aire. Así, nuestra paz interna no se ve afectada y podemos ver las cosas tal como son, sin el velo de la aversión.  

La Ignorancia (Falta de Sabiduría)

El sufrimiento también proviene de la ignorancia o desconocimiento de la verdadera naturaleza de la realidad, el cambio. Ignorancia es la falta de sabiduría, es no conocer la verdadera esencia de nuestro ser y la naturaleza de la realidad que nos rodea. Estamos sumergidos en un mundo de apariencias, persiguiendo ilusiones y apegándonos a cosas que son transitorias. Creemos que las experiencias, relaciones y objetos externos nos darán felicidad permanente, sin darnos cuenta de que todo es temporal. La ignorancia nos hace percibir las cosas de manera errónea, generando apegos y aversiones que nos llevan al sufrimiento. Mientras estemos sometidos a la influencia de la ignorancia será imposible alcanzar un estado permanente de alegría y felicidad, necesitamos conocer el sufrimiento.

Para trabajar la ignorancia, necesitamos desarrollar la sabiduría. La sabiduría no es solo conocimiento intelectual, sino una comprensión profunda de la naturaleza de la realidad y de nosotros mismos. Esta sabiduría se cultiva a través de la meditación, el estudio y la reflexión. Es importante observar nuestras propias experiencias y las de los demás, aprendiendo de ellas y comprendiendo la interconexión de todas las cosas.

Al liberarnos de la ignorancia, podemos dejar de perseguir ilusiones y encontrar la felicidad en nuestro interior.

En este punto, tenemos que ahondar en el origen del sufrimiento. Para esto es necesario hacernos la siguiente pregunta: ¿Son los tres estados mentales aflictivos que mencionamos causas del sufrimiento? En mi opinión, claramente lo son, pero necesitamos ver una cuarta variable que aún no hemos mencionado: el deseo.

El Deseo

Existe una causa para las dificultades de la vida o sufrimiento y esa causa es el deseo, ese estado de insaciable sed por alcanzar algo. La mayoría de nosotros estamos hambrientos de conseguir experiencias y cosas diferentes.

El deseo se apodera de nuestra mente y toma control de nuestra vida. Dedicamos incontables horas en tratar de conseguir eso que deseamos: el romance, los amores, la carrera, el dinero, los pasatiempos, el sexo, el placer. Invertimos demasiado tiempo en fantasear con ello, llegando a obsesionarnos tanto que ideamos métodos que nos permitan obtenerlo. El deseo nubla la visión de la libertad de elección que tenemos, concentrando toda nuestra energía, toda nuestra vitalidad en aquello que deseamos.

Sería sencillo pensar que no tener cosas nos liberaría del sufrimiento, pero como dijimos antes, pocas cosas son sencillas en la vida. En realidad, no se trata de despojarnos de las cosas que queramos; los objetos no son el problema. El verdadero problema es nuestro apego, nuestra identificación con lo que deseamos. Podemos afirmar entonces que el verdadero origen del sufrimiento es una dualidad, un par de estados que existen y dependen uno del otro: el deseo y el apego. Esta afirmación no es mía; es tan antigua como el budismo, tan antigua como la misma existencia del ser humano.

Libertad y Verdadera Felicidad

¿Cómo entregamos el deseo y el apego? ¿Cómo aprendemos a contemplar las cosas sin estar inmersos en el deseo y el apego? ¿Qué podemos hacer con nuestro deseo y apego en un mundo donde somos motivados a vivir vidas de fantasía?

Primero, tenemos que aceptar que no habrá un Salvador que venga a rescatarnos. Qué doloroso suena esto, ¿verdad? Pero es la realidad: nadie tiene la obligación de sacarnos de la miseria, del dolor, del drama. Esa es nuestra responsabilidad, nuestro trabajo.

La medicina para liberarnos del deseo y el apego es la sabiduría. Podemos descubrir nuestra sabiduría, nuestra consciencia, creando en nuestro interior el amor verdadero. Qué maravilloso es descubrir que la sabiduría es el medio para trascender el deseo y el apego. La sabiduría nos ayuda a ver la realidad tal como es, sin el filtro de nuestros apegos y deseos. Nos permite entender que todo está en constante cambio y que nuestra verdadera naturaleza es la paz y la felicidad. En consecuencia, hallaremos que el sufrimiento se va extinguiendo, se va apagando, mientras comienza a arder en nuestros corazones la pasión por estar vivos. Entonces, la pasión surge como el motor que hace mover nuestras vidas.

Experimentar la libertad del deseo nos da una paz interna que no puede ser contenida por lo inmensa y plena que es, así que no solo se manifiesta en nuestro interior, sino que podemos compartirla con el mundo de maneras extraordinarias. La mente que está libre del deseo es mucho más generosa y productiva. La liberación del deseo es paz y felicidad duradera, y no significa carecer de personalidad y pasión. Significa no carecer de nada porque descubres que eres mucho más que tus anhelos, porque al final de nuestras vidas no solo queremos poseer un montón de cosas sino experiencias cargadas de consciencia y amor.

Se requiere que cultivemos un corazón valiente para liberarnos del deseo, un corazón que esté dispuesto a dejar ir el miedo a la pérdida, teniendo la fe necesaria de que sucederá el final de las dificultades y la extinción del deseo. Ahí encontraremos la paz final, donde el amor y la libertad llenen nuestras vidas. Para esto, debemos trabajar en nuestro crecimiento personal y espiritual. Debemos ser menos inflexibles cada día, hasta el punto donde seamos tan flexibles con los hechos de la vida que no nos juzguemos a nosotros mismos y a los demás. Debemos ser menos demandantes, egoístas y avariciosos, compartiendo lo que somos y lo que tenemos desde una visión generosa.

La meditación ayuda a la mente, el alma y la consciencia, pero la manera en que vivimos diariamente requiere que tomemos acción, que hagamos cosas para manifestar los cambios que esperamos. Para esto, debemos utilizar un método. En mi experiencia personal, la integración emocional y el camino medio son buenos métodos para transitar la vida en nuestro proceso de liberación del sufrimiento.

La integración emocional nos ayuda a observar nuestro interior y descubrir qué está detrás de nuestro comportamiento. Aprendemos a ver el miedo, la vergüenza y el orgullo como esos aspectos que negamos en la vida. Hacemos introspección en nuestras emociones, sintiendo el dolor del abandono, el rechazo y la culpa. Descubrimos los roles de actuación que nos gusta escenificar cuando estamos en drama, como víctimas, victimarios y salvadores. Identificamos las herramientas que utilizamos para alcanzar nuestros deseos, como el control, la manipulación y el ejercicio del poder. Vemos esas ilusiones o expectativas que nos causan angustia, como la falsa esperanza, la completa seguridad y el egocentrismo de que todo lo que deseamos debe ser nuestro. Conocemos nuestros apegos manifestados en el plano físico, emocional y mental. Y, por último, esas necesidades o deseos que queremos satisfacer obteniendo, acumulando y logrando cosas externas, materiales, transitorias. La integración emocional recorre todo el ciclo del sufrimiento y nos da la sabiduría para lograr su cesación.

La felicidad no puede encontrarse en una vida que se dedique a cuidar de la gratificación sensorial externa: más dinero, más sexo, vacaciones, posición social o cualquier otra variante materialista. Pero también, una vida dedicada a la autonegación, el autodesprecio, la autocensura y la culpabilidad carece de igual manera de virtud, ya que el apego sigue siendo apego, aunque tome la forma inversa de autonegación y autoaborrecimiento. Para el caos que generan estos dos extremos, existe un camino de salida que es el camino del medio, un camino de equilibrio, de cordura, de fortaleza interna, de pureza y restricción, de firmeza y moderación: el camino del Buda. Este camino se transita entre nuestras aversiones y nuestros anhelos, entre aquello que nos gusta y lo que no nos gusta, entre lo que amamos y lo que odiamos, entre lo que aceptamos y lo que rechazamos, sin entregarnos a ninguno de los extremos.

Desde un principio, les indiqué que estaba convencido de que el budismo es una filosofía de vida que responde a todas nuestras necesidades. Por eso, considero que el camino del Buda es el correcto, el que debemos recorrer para la liberación de nuestro sufrimiento y alcanzar la verdadera felicidad.

El camino del Buda nos conduce hacia una vida íntegra, libre de deseos y apegos, virtuosa, compasiva y llena de amor. El camino del Buda requiere un giro hacia dentro para hacer introspección. Requiere que cada uno de nosotros desarrolle virtudes del corazón en igual medida que virtudes de la cabeza, vivir la compasión con sabiduría, experimentar el amor con verdad. Necesitamos despertar la mente, así como la consciencia para permitir que la realidad ingrese en nuestras vidas, para realizar por nosotros mismos aquel sueño que merecemos como derecho de nacimiento, como la meta que todos aspiramos alcanzar: la verdadera felicidad.

Agradezco el tiempo que tomaron para leer este artículo, espero sea de ayuda para su proceso de crecimiento personal. Les deseo paz.  

  1. Dalai Lama, Las Cuatro Nobles Verdades.
  2. Samsara: en el budismo, es el ciclo de nacimiento, vida, muerte y renacimiento al que todos los seres están sometidos.

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