Claves Para Superar el Sufrimiento: El Perdón
Perdonar de manera consciente es un acto de amor, un regalo que nos damos a nosotros mismos y que también damos y recibimos de los demás. No pedimos perdón solo para ser perdonados, sino como un acto de humildad y arrepentimiento, lleno de valentía y libre de culpa. De la misma manera, cuando perdonamos, debe ser desde un entendimiento pleno de lo sucedido, sin juicio y sin condiciones.
Esta introducción a la virtud del perdón nos muestra la estructura que utilizaremos para comprender y aplicar esta clave en nuestro proceso de superar el sufrimiento. En el desarrollo del artículo, pasaremos del perdón condicionado al perdón verdadero, basado en la comprensión de las emociones y la objetividad. Aprenderemos a dejar de lado el evento externo y a enfocarnos en cómo nos sentimos en nuestro interior.
¿Qué no es el perdón?
Una de las maneras más comunes en las que “perdonamos” es construyendo un muro de indiferencia frente a lo que nos sucede, lo suficientemente alto para ocultar nuestras emociones y reprimir la rabia generada, guardando en nuestro interior el resentimiento que nos haga recordar lo sucedido. El perdón no es la represión de lo que sentimos.
Otra forma en la que “perdonamos” o “pedimos perdón” es por conveniencia, negociando. En este estado, pensamos que, si permanecemos enojados con la otra persona, vamos a perder algo. Entonces, nos damos cuenta de que no debemos estar enojados si deseamos mantener una buena relación, muchas veces porque no queremos perder a nuestra pareja, porque no queremos que nuestra madre deje de amarnos o porque no queremos dejar de agradar a nuestro jefe. El perdón no es negociar lo que gano de los demás frente a la paz que pierdo.
Resignarse a perder una batalla esperando recargar fuerzas para contraatacar es otra forma en la que “pedimos perdón”. En este momento, no tengo los argumentos suficientes para demostrarte que tengo la razón, así que voy a pedirte perdón, pero una vez que tenga los argumentos necesarios para ponerme en superioridad, te cobraré lo que me hiciste. Pedir perdón no es resignación.
“Te perdono” porque soy mejor que tú y tengo que demostrártelo es otra manera común de pedir perdón. Quiero parecer un gran perdonador, una buena persona; te perdono para mantener la apariencia de humildad. Sin embargo, el perdón no es un estado de superioridad, no nos coloca por encima del otro, y el perdón no es arrogante.
También está la idea equivocada de que el perdón solo puede ser dado por Dios. Esto no es correcto: el perdón es una virtud innata del ser humano. Tenemos la capacidad de perdonar porque poseemos la consciencia suficiente para procesar esta virtud. Muchas veces nos excusamos en esta mentira para liberarnos de la responsabilidad de perdonar. Entonces, el perdón no es competencia exclusiva de Dios.

¿Qué es el verdadero perdón?
El perdón es una de las virtudes más difíciles de aplicar porque requiere un total entendimiento de las cosas que suceden, un entendimiento libre de juicio. En términos simples, el verdadero perdón es entender y no juzgar. Estos dos conceptos constituyen la estructura que utilizaremos para un análisis más profundo de esta virtud. Antes, sin embargo, analizaremos el evento y la emoción para tener un panorama más amplio del perdón.
El evento y la emoción
Cuando ocurre un evento, provoca una emoción en nuestro interior. Si el evento es gratificante, surgen emociones agradables como la alegría y la felicidad. Por el contrario, si el evento no es gratificante, surgen emociones aflictivas o desagradables como el dolor y el sufrimiento.
Entonces, ¿cuáles de estos eventos nos generan conflictos internos? Es lógico que sean los eventos desagradables. Por ello, es importante diferenciar entre el evento y la emoción que surge como consecuencia.
Veamos un ejemplo: Me sentí avergonzado/a y rechazado/a porque una persona me dijo “gordo/a”.
¿Cuál es el evento y qué emociones surgieron como consecuencia?
Evento: Me dijeron “gordo/a”.
Emoción: Vergüenza, rechazo.
El evento lo resuelve la justicia, sea esta humana o divina. La justicia tiene la misión de resolver el evento, aplicando las acciones necesarias. En nuestro ejemplo, llamar a alguien “gordo/a” puede considerarse discriminación en muchas legislaciones, y podemos acceder a la justicia para denunciar. La justicia aplicará las medidas necesarias para que el evento tenga una solución.
De las emociones que surgen ante un evento, se encarga el perdón. Si nos sentimos avergonzados y rechazados porque nos dijeron “gordo/a”, será el perdón quien disuelva esas emociones, no la justicia. Sin embargo, como el evento y la emoción ocurren simultáneamente, creemos que la justicia resolverá ambos aspectos. Elegimos la justicia porque es más fácil que alguien externo nos dé la razón y nos diga que somos las víctimas, sin querer ver nuestras emociones internas.
Perdonar no es dar la razón a alguien; quien define eso es la justicia. Las personas actúan en función de condicionantes como la moral y la ética, y es responsabilidad de la justicia, sea humana o divina, definir cómo deben responder por sus acciones. A menudo resistimos ser vulnerables al evento y reconocer nuestras emociones, porque no nos gusta aceptar que nos sentimos decepcionados, tristes o rechazados.
Entender y no juzgar
Perdonar no es dar la razón a nadie; es entender lo que sucedió y reconocer las emociones que el evento provocó en nosotros. La arrogancia y el orgullo nublan nuestro entendimiento, nos hacen aferrarnos al evento porque no queremos ver las emociones que causó en nuestro interior.
Entender lo que sucedió requiere que dejemos de ser personas arrogantes y orgullosas. Tenemos que ser humildes y reconocer que nosotros también tenemos maneras de actuar que no son virtuosas. Muchas veces nosotros mismos actuamos motivados por la avaricia, el odio y la ignorancia.
Entonces, desde un estado de humildad hagámonos esta pregunta ¿Es posible que los demás vivan estados carentes de virtud como yo? ¡Claro que sí! Todos estamos viviendo vidas condicionadas por nuestro estado no iluminado, y muchas veces cometemos errores. Aceptar esto nos lleva a entender que, a veces, los demás no tenían otra opción, al igual que yo en algún momento. Muchos no saben que sus acciones pueden causar sufrimiento, y no es fácil pedir empatía cuando creemos que el dolor fue causado de manera intencional, seguramente en algunas ocasiones así fue, pero en muchas más simplemente actuaron así porque no conocían una mejor manera de hacerlo. ¿Por qué piensas que eres mejor que ellos?
Citemos a una frase de la biblia:
“¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (1)
Entender requiere dejar de ser jueces y reconocer que la vida está aconteciendo, y todos estamos haciendo lo mejor que podemos, aunque no siempre de manera virtuosa. Miremos a quien nos ofendió como un igual y comencemos a experimentar el luto de nuestra arrogancia. No necesitamos saber la historia del otro ni justificar su comportamiento, solo aceptar que cada uno está en su propio proceso de evolución.
¿Por qué es difícil perdonar y pedir perdón?
Además de la falta de entendimiento y el juicio constante, el drama y el victimismo nos dificultan alcanzar el perdón.
Debemos eliminar el drama de los eventos que nos suceden, quitando la sobre carga emocional, llevando objetividad a los hechos y dejando de presentarnos como las víctimas de los demás.
Para entender esto volvamos un poco atrás, al ejemplo. A menudo nos definimos por el evento que nos sucedió, añadiendo drama y adoptando el rol de víctima. Pero no somos nuestras experiencias; somos quienes las vivimos. Me dijeron gordo entonces comienzo a definirme como gordo, y no solo como gordo, si no como el más gordo de todos (drama). Además de ser gordo soy la víctima de esa persona que me dijo gordo, soy una víctima de acoso. Entonces me presentó al mundo como un gordo víctima de acoso. Este es un ejemplo solamente, ahora puedes poner todos esos eventos que te generan sufrimiento e identificar cuanto drama y cuanto victimismo hay en tus acciones, emociones y pensamientos. No debemos refugiarnos en el rol de víctima para evitar sentir nuestras emociones, no nos adormezcamos en nuestra propia lástima y la de los demás.
Es absolutamente normal que perdonar sea difícil, estamos aferrados a las emociones aflictivas. Culpamos a los demás de nuestro sufrimiento. Es más fácil culpar que enfrentar nuestras emociones. Pero el perdón nos libera de esa carga emocional.

¿Por qué debo perdonar?
Porque perdonar es un acto de amor hacia la persona más importante de tu vida: tú mismo. Perdonando, recuperamos nuestra paz interior y podemos continuar creciendo, dejando atrás toda la sobre carga emocional y viendo los hechos de la vida sin drama, de manera objetiva.
En este punto, es importante indicar que el perdón no debe confundirse con la falta de compasión hacia nosotros mismos. El perdón, en realidad, es el camino a la compasión; si puedo perdonarme y perdonar, también puedo tener compasión conmigo mismo y con los demás.
Si una persona nos causa una ofensa, el acto más compasivo hacia nosotros mismos y hacia esa persona es el perdón. Lo que no es compasivo es permanecer en un lugar o en una situación con una persona que constantemente nos genera sufrimiento y dolor, porque perdonar no es aceptar que todo está permitido. Debes tener compasión y respeto por ti mismo/a, alejándote de la dinámica del conflicto. Romper con las relaciones que no son sanas para nosotros está bien, sin importar con quién sea: padres, hermanos, parejas, amigos o trabajo. Alejarte de todo lo que te genera sufrimiento y dolor es adecuado, siempre y cuando no sea posible llegar a un estado de paz y confort. Después de perdonar, no estás obligado a permanecer ahí; todo lo contrario, perdonar te libera de esa situación porque entiendes lo que sucedió y no emites un juicio al respecto, lo cual te hace libre de tu sufrimiento y te permite elegir irte.
Si alguien te causa sufrimiento, debes comunicárselo de manera adecuada, siendo objetivo y estableciendo los límites necesarios. Poner límites es una manera de decir que merecemos respeto; si yo me respeto, los demás también deben hacerlo. El perdón no se da para validar una mala acción del otro, sino como la finalización del ciclo de sufrimiento causado por esa mala acción.

Y, por último, debemos perdonar para sanarnos a nosotros mismos. Si estamos lastimados por guardar en nuestro interior rabia, dolor y rencor, la única manera de curarnos es perdonando esos eventos, esas situaciones y a esas personas que nos llevaron a ese estado de sufrimiento. Entonces, nuestra percepción del perdón cambia, porque ahora no perdono para complacer o quedar bien con los demás, no perdono desde el interés personal ni con arrogancia; ahora perdono para dejar de estar enojado, para dejar de estar triste, para dejar de sentir odio hacia los demás. Perdono porque así curo mi alma, dejando ir el sufrimiento.
“Necesito que sepas que te perdono” es una frase profunda cuando está despojada de avaricia, orgullo y arrogancia. Porque ser capaz de verdaderamente perdonar nos desvincula de las emociones aflictivas y nos devuelve a ese estado de paz al que tanto aspiramos y al que tenemos derecho.
Cierro el artículo tal como lo comencé, indicando que el perdón es un acto de amor hacia nosotros mismos y hacia el mundo. Nos merecemos este don; solo debemos tener el valor de aceptarlo.
¡Les deseo paz!
(1) Cita bíblica cristiana, extraída del nuevo testamento en Mateo 7:1-6
Por Ariel Gonzales, Terapeuta de Integración Emocional
